Primera parte
El comienzo del septiembre estaba siendo maravilloso. Nada indicaba que el otoño no tardaría en llegar. El sol calentaba como en pleno verano y las cimas de las montañas parecían vanagloriarse sobre el fondo del cielo azul.
Una vegetación de un verde todavía muy vivo cubría los pastos, las laderas y los prados del valle de Kłodzko.
En el grupo había doce personas. Todos eran estudiantes de Cracovia. No querían desperdiciar las últimas semanas antes del comienzo del curso académico. La ruta por los bares y las discotecas, se la dejaban a otros.
Michał, el organizador principal y guía certificado, había puesto el anuncio sobre la excursión a mediados de agosto en el tablón de la universidad, en el vestíbulo principal. Junto con el anuncio puso una lista de doce plazas para que se inscribieran las personas interesadas. Al día siguiente por la tarde todas las plazas estaban cubiertas. Los siguientes interesados se inscribían debajo con la esperanza de que alguien se diera de baja o de que la lista se ampliara. Al final, renunciaron cuatro personas de la lista inicial y otras tantas de la lista de reserva se unieron al equipo de la excursión.
Todos se presentaron en la estación. Eran de diferentes facultades y casi no se conocían entre ellos. Michał recogió las declaraciones individuales de todos en las que se comprometían a respetar las normas de la excursión, entre las que estaban llevar ropa y un equipo adecuados, así como las tarjetas con la dirección y el número de contacto de cada uno.
A partir de ese momento se convirtieron en integrantes hechos y derechos de una ruta a pie por las montañas y Michał, en guía y cabeza del grupo, cuyas órdenes tenían que seguir. Las declaraciones fueron a parar al bolsillo interior de su chaqueta. No se separaba de ellas hasta que acababa la expedición.
En el tren se formaron espontáneamente grupitos y parejas, había el mismo número de chicas que de chicos.
Michał estudiaba en Breslavia, pero era de Cracovia. Un día antes de salir, Staszek, un compañero de clase le había pedido que incluyera a Milena en el grupo. Le habría dicho que no, pero estudiaban juntos desde hacía tres años y eran amigos. Milena, la integrante número trece, se unió al grupo en Breslavia, cuando se subían al autobús en dirección a Kudowa-Zdrój.
Michał vio a una chica alta, guapa y atlética con trenzas cortas y pelirrojas. Podrá con
esto, pensó, y dijo:
–¡Es un placer conocerte, Milena! Sube al autobús. Estamos en los asientos de las
últimas filas.
En el autobús los chicos y las chicas continuaron con el ligoteo y las conversaciones del
tren. Milena se sentó al lado de Michał. Locuaz y curiosa, empezó a hacerle preguntas: ¿qué
estudiaba? ¿qué le interesaba? ¿desde hacía cuánto tiempo iba de un albergue a otro?
Ella era de Poznan, estudiaba segundo curso de filología hispánica. Por suerte, se había
librado de la sesión de exámenes de recuperación de otoño. Había estado trabajando dos
meses en Andalucía y ahora soñaba con las montañas polacas.
A mitad del trayecto hacia Kudowa ya quería saber por dónde salía Michał por la noche
en la ciudad y a dónde iba con su novia. Irritado por su insistencia, ni pensaba decirle que lo
había dejado con su novia en junio, por lo que se limitaba a responderle con sequedad.
Milena le gustaba y mucho, pero había decidido mantener las distancias, tratando su
coqueteo con indiferencia. Era responsable de un grupo grande. Si me distraigo por culpa de
un tonteo aunque sea un momento, podría ocurrir algo imprevisible, pensó.
Los integrantes de la excursión admiraban las montañas de Bardzkie a través de las
ventanillas.
El autobús paró un rato corto al lado de la fortaleza de Kłodzko y al poco tiempo,
cuando anochecía, llegaron a Kudowa-Zdrój.
Pernoctaron en un albergue para turistas, repartidos en tres habitaciones. En dos había
unas literas arcaicas, pero nadie esperaba ningún lujo. Estaban preparados para afrontar
incomodidades. Lo más importante era que era barato. Llegado el tercer mes de las
vacaciones, los bolsillos de la mayoría de los estudiantes estaban completamente vacíos. Lo
que les importaba era la aventura y conocer a gente nueva.Mientras cenaban en el hotel de al lado de su albergue, Michał les informó brevemente
sobre algunos asuntos. Fijó la hora de despertarse a las seis y media, el desayuno a las siete y
la hora de salida para empezar la ruta verde antes de las ocho.

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