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Primera parte
El comienzo del septiembre estaba siendo maravilloso. Nada indicaba que el otoño no tardaría en llegar. El sol calentaba como en pleno verano y las cimas de las montañas parecían vanagloriarse sobre el fondo del cielo azul.
Una vegetación de un verde todavía muy vivo cubría los pastos, las laderas y los prados del valle de Kłodzko.
En el grupo había doce personas. Todos eran estudiantes de Cracovia. No querían desperdiciar las últimas semanas antes del comienzo del curso académico. La ruta por los bares y las discotecas, se la dejaban a otros.

–¿Estás dormido? –le preguntó, aunque estaba segura de que sí.
–Estaba dormido… ¿qué te pasa? –le oyó decir tras un largo momento.
–Si quieres, te cuento mi sueño.
–¿Y no puedes contármelo mañana? –Adam entreabrió los párpados con dificultad. A los ojos le llegó el haz de luz de una farola a través de la cortina ligeramente descorrida.
–No, tengo que hacerlo ahora para que no se me olvide… –dijo ella lentamente, con una insistencia palpable.
–De acuerdo, cuéntamelo, pero no te enrolles, por favor. Mañana tengo que levantarme antes de lo normal.
¿Qué se le ha pasado por la cabeza?, pensó él. Todo el tiempo está diciendo que está cansada. Y lo parece. Últimamente cae rendida como un tronco por lo que mantenemos cada vez menos relaciones.

Llegó al aeropuerto de Zúrich en el taxi más barato de Airport Taxi, tres horas antes de la salida del vuelo. Normalmente evitaba ir en taxi, que en ninguna otra ciudad eran tan caros como en Zúrich. Por el trayecto desde el centro de la ciudad había pagado cincuenta francos. No tenía sentido arrepentirse, por la tarde la ciudad podía atascarse de un momento a otro. Klaus había querido hacerle el check-in en línea, pero no le dejó. Hacía mucho tiempo que no volaba y le podía el estrés. ¿Y si algo iba mal? Decidió hacer el check-in en la terminal. Por lo menos, en el mostrador uno puede intercambiar unas palabras con los empleados. ¿Y si le surgía alguna pregunta?

La península en sí es excepcional, aunque esta localidad es incluso más especial. No importa cuántas veces esté aquí, siempre siento algo difícil de expresar. Una estrecha lengua de tierra se adentra en el mar como si fuera un golfo. ¿Se puede acaso considerar a esta pequeña franja una barrera terrestre sólida? Por supuesto que no. Si cualquier tormenta fuerte entrara en la península, el golfo dejaría de existir. ¿Así que, qué es? ¿Una realidad o una ilusión?

Para cualquier amante del mar, estar aquí es toda una fiesta. Para un burgués, es ennoblecerse y pasar a la categoría de un pescador, de un corsario, de un pirata, o al menos, de un grumete que siente aquí la infinidad del agua que lo rodea. Es volver a uno mismo, a las viejas vivencias y anhelos. Es ver el mundo con los ojos de un niño, con los vivos colores de la juventud y ver los lugares conocidos como si fuera la primera vez. Es redescubrirlo todo y embelesarse con el encanto de algo irrepetible, así como con la belleza de lo que ha nacido hace poco tiempo.

Una historia parisiense

Primera parte
Iba por la calle en dirección al centro cuando le sonó el móvil. Era Luc Berton. Se paró
y cogió la llamada, a pesar de las conversaciones de fondo, del ruido de la calle y del zumbido
de motores. El barullo se veía potenciado por los conductores atascados en la calle que
peleaban por hacerse un hueco en la carretera con el claxon.