Witek, que entonces contaba dieciséis años, solía quedar con sus amigos en la cafetería
Mercers de la calle Chmielna. Un pequeño grupo de ellos acabaron convirtiéndose en
habituales del local, conocidos por los empleados. Iban a la cafetería al menos tres veces a la
semana.
No les molestaba que en el lugar hubiera personas de diversas edades, de diferentes, a
veces controvertidas, ideologías y algunas de aspecto sospechoso. Solían sentarse en su grupo
y normalmente en su mesa preferida. Se habían fijado en que, además de ellos, en la cafetería
solía haber un señor mayor al que todos llamaban “Abuelo”. Este Abuelo algunas veces se
acercaba a otros clientes sujetando en la mano una pequeña caja que contenía un ajedrez y les
proponía una partida. La suma que les ofrecía oscilaba entre los diez y los quince zlotys,
dependiendo del estatus del cliente, es decir, de la edad y el aspecto que tuviera.
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