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Wojtek Wilczyński

Llegó al aeropuerto de Zúrich en el taxi más barato de Airport Taxi, tres horas antes de la salida del vuelo. Normalmente evitaba ir en taxi, que en ninguna otra ciudad eran tan caros como en Zúrich. Por el trayecto desde el centro de la ciudad había pagado cincuenta francos. No tenía sentido arrepentirse, por la tarde la ciudad podía atascarse de un momento a otro. Klaus había querido hacerle el check-in en línea, pero no le dejó. Hacía mucho tiempo que no volaba y le podía el estrés. ¿Y si algo iba mal? Decidió hacer el check-in en la terminal. Por lo menos, en el mostrador uno puede intercambiar unas palabras con los empleados. ¿Y si le surgía alguna pregunta?

La península en sí es excepcional, aunque esta localidad es incluso más especial. No importa cuántas veces esté aquí, siempre siento algo difícil de expresar. Una estrecha lengua de tierra se adentra en el mar como si fuera un golfo. ¿Se puede acaso considerar a esta pequeña franja una barrera terrestre sólida? Por supuesto que no. Si cualquier tormenta fuerte entrara en la península, el golfo dejaría de existir. ¿Así que, qué es? ¿Una realidad o una ilusión?

Para cualquier amante del mar, estar aquí es toda una fiesta. Para un burgués, es ennoblecerse y pasar a la categoría de un pescador, de un corsario, de un pirata, o al menos, de un grumete que siente aquí la infinidad del agua que lo rodea. Es volver a uno mismo, a las viejas vivencias y anhelos. Es ver el mundo con los ojos de un niño, con los vivos colores de la juventud y ver los lugares conocidos como si fuera la primera vez. Es redescubrirlo todo y embelesarse con el encanto de algo irrepetible, así como con la belleza de lo que ha nacido hace poco tiempo.

Una historia parisiense

Primera parte
Iba por la calle en dirección al centro cuando le sonó el móvil. Era Luc Berton. Se paró
y cogió la llamada, a pesar de las conversaciones de fondo, del ruido de la calle y del zumbido
de motores. El barullo se veía potenciado por los conductores atascados en la calle que
peleaban por hacerse un hueco en la carretera con el claxon.

Parte uno

Literatura y música – Valldemossa

Llegamos  a Mallorca con Elżbieta en la primavera de 2015. Todavía no hace calor. A nuestro alrededor,  vegetación flores, el azul del cielo y la suavidad del agua de mar.  Nos desplazamos a los rincones más lejanos de la isla en un coche alquilado . Tengo problemas para usar el cambio de marchas. Llevo conduciendo  un Citroen 5 durante muchos años y el cambio de marchas automático lo hace por mí. Después de una hora, me empiezo a acostumbrar;  también a la opción inesperada de silenciar el funcionamiento del motor. El motor del Fiat que parado en el semáforo está silenciado pero yo… intento reiniciarlo. Somos cuatro en el auto, están también Grażyna y Grzegorz. Visitamos unas cuevas en las que se realizan conciertos y muchos otros rincones encantadores. Aunque escribiré sobre ello más tarde  en un reportaje.

Richard llevaba sentado allí desde hacía casi una hora. Desde que Sophie se había ido, no sabía qué hacer. Cuando la ayudaba, por lo menos se sentía útil. No quería pasar otro año metido en casa, recordando la trágica muerte de Françoise. El accidente se la había llevado tan de repente; todavía no lo había superado. Había ido para un fin de semana a Burdeos, no era la primera vez que estaba aquí. Venían a veces con Françoise y pasaban por ese bar.